La huella de carbono es la cantidad de dióxido de carbono producida por las actividades de particulares, entidades (como empresas y organizaciones) y comunidades. Incluye las llamadas «emisiones directas –aquellas generadas por la quema de combustibles fósiles en los procesos de fabricación, calefacción y refrigeración, y el transporte– y las emisiones necesarias para producir la electricidad asociada a los bienes y servicios consumidos. Deriva del principio de huella ecológica, es decir, la superficie total de tierra necesaria para sostener una actividad o población, y mide el impacto ambiental, como el uso del agua y la cantidad de tierra destinada a la producción de alimentos.
Cuando se intenta calcular la huella de carbono de una empresa se tienen en cuenta muchos factores diferentes, entre ellos:
- si la empresa utiliza medios de transporte a base de combustibles fósiles con fines logísticos;
- qué fuentes de energía utiliza una empresa para calentar y refrigerar oficinas, plantas y otras instalaciones, y si esa electricidad/energía se genera a partir de fuentes renovables o no;
- si se utilizan luces de bajo consumo en las oficinas y otras instalaciones de la empresa;
- el nivel de aislamiento en los edificios de la empresa.
El cálculo del «tamaño» de la huella de carbono de una empresa varía en función de muchos factores. Por ejemplo, si todos los demás factores se mantienen iguales, una empresa que utilice camiones de gasolina generará una huella de carbono mayor que otra cuya logística se realice con vehículos propulsados por baterías o hidrógeno verde (hidrógeno producido a partir de energías renovables).