Uno gruñe, tose y expulsa contaminantes al aire mientras circula ruidosamente por las calles urbanas; el otro zumba silenciosamente, sin emitir nada al aire y, en general, dejando a los pasajeros (y a la gente con la que se cruza) tranquilos y disfrutando del viaje: este último –un autobús eléctrico de cero emisiones– representa el futuro de la movilidad pública urbana. ¿Por qué? Empezando por la experiencia del usuario, que es fundamental para animar cada vez a más personas a adoptar el transporte público como parte de los esfuerzos por crear ciudades más sostenibles. Aparte de la experiencia del usuario, el autobús de emisiones cero ofrece muchas ventajas adicionales sobre sus primos propulsados por combustibles fósiles, entre ellas:
- mayor eficiencia energética;
- menores gastos operativos porque, en comparación con los autobuses diésel, la gestión de los eléctricos cuesta un 35 %, ya que tienen menos componentes;
- menores gastos de mantenimiento equivalentes, aproximadamente, a la mitad del coste de los autobuses diésel;
- facilidad de recarga de la batería, gracias a la toma de corriente eléctrica;
- frenado regenerativo, que permite convertir el calor generado por el frenado en electricidad para recargar las baterías.
Gracias a su capacidad para reducir los contaminantes y las emisiones de gases de efecto invernadero que alteran el clima manteniendo, al mismo tiempo, los niveles de ruido al mínimo, los autobuses eléctricos mejoran las condiciones de vida de los residentes urbanos. Por eso, no es de extrañar que se utilicen cada vez más, no solo en el transporte público urbano, sino también como alternativa a los autobuses escolares y autobuses de enlace.